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domingo, 15 de mayo de 2011

La ética del deporte, un valor a recuperar

Hace 50 años, el célebre escritor Albert Camus dijo que el ambiente deportivo fue el único lugar donde había aprendido ética. En nuestros tiempos signados por el imperio del doping, por sobornos a jugadores y a árbitros, por la violencia de los hinchas violentos, esas palabras de Camus suenan más a broma que a confesión de vida.

El deporte, por su naturaleza, debería inaugurar un campo de relaciones interpersonales donde se obedecen a rajatabla las reglas y, en su especificidad, se estimulan valores como la competencia, la equidad, el respeto hacia las personas y la igualdad. Si la consigna es el "fair play", cualquier sospecha de corrupción es una violación de las reglas que descalifica a quien la perpetra.

Tradicionalmente se creía que el deporte y el juego estimulan la capacidad humana para concebir las reglas y poder así encuadrar la propia existencia, además de ayudar a delimitar un territorio donde la avidez primaria y la voluntad de dominación pueden expresarse sin destruir el orden social precario. Eso se ha perdido en el deporte profesional, donde la ética ha sido devorada por el juego del mercado, y parece que poco podemos hacer al respecto.

Tal vez se trate, entonces, de preservar la ética, al menos en el deporte amateur, aquel que practican el común de los mortales, alentando una pedagogía lúdica donde se recupere la esencia misma del juego, respetando sus reglas, en una especie de ensayo de lo que significa, en la vida misma, vivir en sociedad.



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